Comentario
La reina Isabel quiso que los restos de su joven hermano hallaran adecuada sepultura también en Miraflores. El príncipe que, de haber vivido, hubiera cambiado seguramente el curso de la historia de los reinos hispanos, había sido un rebelde contra el rey legítimo, su hermanastro Enrique, que tampoco se había entendido bien con Isabel. Al tomar la decisión de enterrarlo con el rey, su padre, había tanto un recuerdo al hermano perdido, como una voluntad de realzarlo al contrario que a su hermanastro, Enrique. Parece que Gil de Silóe recibió el encargo al tiempo que el otro y entregó el modelo en mayo de 1486.
En esta ocasión, la idea del sepulcro adosado en el muro, con arco solio que cobija un amplio espacio destinado a la figura del difunto, tenía amplios antecedentes. Aunque resulta menos normal que éste se represente arrodillado en oración mirando al altar, también en esto Gil encontraba modelos, al menos en alguna obra de Egas Cueman (Guadalupe) o en el sepulcro del primer conde de Buendía en Dueñas.
Sin embargo, ninguno de ellos presenta un desarrollo como el del infante. En primer lugar, amplia la altura de los haces de columnillas que enmarcan el arco, así como el conopio de éste, de modo que el conjunto se extiende hacia arriba, como forma e incluyendo alguno de los temas principales. Debió causar de nuevo una fuerte impresión, porque poco después vemos en Burgos y, más adelante, en otros lugares, cómo se construyen sepulcros con esas características, siendo el primero el de Fernando Díaz de Fuentepelayo, el servidor fiel de Luis de Acuña, en la catedral de Burgos. Por otro lado, es insuperable la riqueza ornamental, sin precedentes tampoco en los otros casos citados.
Aunque se conserva bien en líneas generales, ha perdido parte de la decoración cairelada que cerraba parcialmente el nicho donde estaba el orante del príncipe. De haberse conservado por completo, habría creado un ámbito más cerrado en el volumen del nicho, viéndose la estatua como a través de un celaje alabastrino. Con todo está en un estado que permite darse cuenta del punto de exhibición técnica en el tratamiento de los tallos vegetales entremezclados con niños y otros elementos.
Temáticamente el sepulcro es claro y relativamente sencillo. El difunto reza mirando hacia el altar. Los elementos salvíficos básicos están estrechamente relacionados con la tradición y con las peticiones de ayuda que se repiten en numerosos testamentos contemporáneos. Así, todo culmina en la Anunciación de la zona superior, tanto normal en sepulcros burgaleses, como clara en cuanto refleja la idea de encarnación presagio de la liberación del pecado original que ata a los hombres. Entre el arco escarzano que limita el nicho y el conopial superior ornamental, queda una superficie que ocupan una cabeza triple y un san Miguel venciendo al dragón diabólico. Es posible que en lo primero se aluda a la Trinidad, a la que se recurre a la hora de la muerte y se encomienda el alma. San Miguel también es recordado entonces y su triunfo sobre el diablo es especialmente apreciado. En numerosos libros de horas algo anteriores, el oficio de difuntos se ilustra con un muerto cuya alma surge ya del cuerpo y por ella luchan un ángel y un diablo. Finalmente, los dos pilares de enmarcamiento se dividen en tres pisos de modo que en la base de cada uno hay dos apóstoles, hasta completar los doce, aunque faltan Matías y Simón; sustituidos por Pablo y Juan Bautista. Como santos protectores figuraban en el frente san Esteban y un santo dominico, hoy trasladados al sepulcro de Juan II.
La zona baja central la ocupa un gran escudo real flanqueado por ángeles, mientras en los extremos hay dos hombres armados acompañados por putti y ramas. De nuevo hay que contar con la diversidad de franjas ornamentales tan bien cinceladas como los caireles que bordean el arco solio. Sobre todo las dos amplias fajas que corren de arriba abajo en los extremos despliegan un mundo animado de figuras animales y humanas enredadas en vegetales, con puntos de semejanza con otra situada en lugar similar de la portada de San Gregorio de Valladolid.
Una vez más estamos ante algo que pertenece muy directamente a Gil de Silóe. Su mano está en el orante, en la mayor parte de los apóstoles, en los caireles que parecen colgar del arco, en el dinámico arcángel Miguel. Este especialmente es una de las obras mayores del artista. Existe una unidad estilística en los excelentes apóstoles de los dos pisos bajos, con figuras inolvidables de Santiago el Mayor, Tomás y Andrés. Pero los situados en la zona alta, que son exentos, al contrario que los otros que son relieves destacados de la arquitectura, parecen de diferente autor, aunque posean asimismo una alta calidad. Bien por haber sido policromados más tarde o por otras razones, recuerdan vivamente el hecho de que el conjunto del sepulcro debió recibir algo de color, aunque no alcanzara los niveles de los retablos de madera. Es más, mientras en ellos se requiere siempre la colaboración igualitaria del pintor Diego de la Cruz, su nombre no se cita en los contratos de las obras en alabastro.
En la puerta de entrada a la clausura desde la iglesia (lado sur) se ha colocado una bella imagen de la Virgen con el Niño. Aunque existen algunas diferencias con la Virgen del sepulcro de Juan II, se ha atribuido al mismo maestro. Uno de los aspectos más desconcertantes en lo estilístico es el distinto tratamiento que se da a las telas. Pueden ser modeladas mórbidamente en piezas de alabastro, pero se quiebran, endurecen y alcanzan un aspecto más rígido aún en el mismo material, hasta llegar a calidades metálicas en las tallas en madera. La Virgen de la puerta del claustro está en esta línea. Tampoco debe sorprender el que el artista hubiera aceptado semejante encargo mientras estaba ocupado en empeños mayores. Estamos en situación de afirmar que conocemos todas las obras mayores, tanto conservadas como documentadas, que llegó a contratar. Pero, complementariamente, es de suponer que se comprometería al mismo tiempo con imágenes sueltas (Vírgenes, Crucificados, alguna figura de santo, etcétera). La Virgen de Miraflores sería una de ellas.